Entre todos los árboles cuya corteza aprendimos a extraer para emplear, es la del alcornoque la más gruesa. No es una piel, sino a modo de metáfora, pues no tiene lo que sí posee la humana envoltura: una sensibilidad, precisamente, a flor de pie
l. La belleza de este árbol, de este acto, es intensa. Cuando el sacador desgaja diestramente la primera corteza, la corcha o corcho, de la siguiente capa de su tronco, y esa segunda piel que debe dejar cuidadosamente intacta, aparece desnuda y sonrojada como una mejilla. Casi sanguínea, casi naranja. Un oficio de fuerza y delicadeza, un arte. No es sólo tradición, sino empleo contemporáneo