Bajo la dirección de Apolo, las musas se enfrascaban en su tarea de entretener a los dioses. Desde aquellas alturas del Olimpo hasta los ensanches de nuestras ciudades dista un abismo: han disminuido las divinidades y ha crecido mucho el número de transeúntes. Sin embargo, las musas siguen apostadas en las esquinas, y seres imaginarios como el lince con botas se aprestan a dedicarles oídos. Hoy en día los músicos de las calles son portadores de una revelación que a muchos les es ajena: no hay tiempo ni lugar. Solamente hay música.