Rufino Navarro, factor de estación prejubilado, miembro de una saga de ferroviarios que se remonta casi a los albores del ferrocarril extremeño…; Manuel Martín, nonagenario, conocido como Federico, antiguo jefe de estación, nostálgico de su oficio y cultivador de memorias sobre el tren; Juan Andrés Palacios, factor de circulación aún en activo, presente en un tiempo ya pasado, y quizás por retornar, en el que el ferrocarril daba trabajo en estaciones serranas a centenares de gentes y oficios a su alrededor… Juan José Ramos, apasionado estudioso de la historia, la técnica, la infraestructura y el espinoso drama de los hacedores y deshacedores del tren en Extremadura… Y Miguel Méndez, articulista y escritor, autor de las letras del penúltimo artículo publicado sobre el mítico Lusitania Express, un tren con su espada de Damocles a cuestas, no en vano cada día que pasa puede ser ese convoy el último con destino Lisboa. El último, al menos, que atraviesa la frontera por esta tierra al extremo del Duero. Un tren que rompe en la madrugada el silencio al que se han condenado las últimas estaciones de esta línea histórica.
Con estos cinco hombres varados sobre las vías conversa El lince con botas, presto a informarse sobre cuán dura está siendo la anunciada caída de una línea que conoció días de gloria, gracias al prestigio de ser parte viva del eje entre París, Madrid y Lisboa. También por el movimiento de las mercancías agrícolas y ganaderas, por la febril actividad durante dos guerras mundiales, una civil y una posguerra, y por el hecho mismo de ser una histórica aduana tan transitada en según qué tiempos que vio pasar a exiliados, déspotas, espías, artistas, o contrabandistas en los mismos vagones en los que siempre tenía reservado un asiento la policía…