El lince, a gusto en el refugio del dibujante, se presta a disfrutar de su precisión en el retrato de la naturaleza con herramientas tan humildes como el bolígrafo o el lápiz de color. A Manuel García le hubiera gustado conocer a María Sibyla Merian, aquella muchacha de Frankfurt que dibujaba bichos en pleno siglo XVII, o compartir noches en los Atures con el barón de Humboldt a principios de 1800, o, -¡quién pudiera!- llamar por su nombre de pila a El Bosco. Él mismo recuerda a un hombre del renacimiento, y Giorgio Vasari podría haber escrito su biografía. Para solaz de sus amigos y los espíritus excelentes, vive en esta época veloz, es ilustrador científico y, apurando, creador de pequeñas bellezas. A la espera de adquirir más adjetivos, el lince con botas asiste a la obra en el silencio rendido del adepto.