Apenas las siete de la mañana. Los ladridos del can ya despierto y el relente desprendido de la madrugada avisan de un nuevo día en un huerto pegado a Monesterio. Hasta allí llega caminando Antonio Nogués. Él mide su tiempo en los años que perfectamente recuerda, porque de los días cercanos ya su memoria juega a despistarle. Antonio, a sus 88 primaveras, es el mismo que a los 19 años construyó una alberca, a los 31 levantó el muro de piedra, a los 46 excavó un pozo, y a los 77 mandó abrir un segundo. El hortelano, que enviudó a los 79 y sigue en pie con la sospecha de que el terco tiempo acaba siempre por borrar las heridas: de pie y regando su tierra hasta la hora del Ángelus, cuenta sus minutos por afanes aceptando el consejo de sus amigos: “de ninguna manera te quedes quieto, en un rincón…”